POR UNA NUEVA REPÚBLICA

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miércoles, 21 de octubre de 2009

LOS TÚNELES

Cuando llegue a España, hace ya más de 18 años, hubo muchas cosas que me llamaron la atención. Una de ellos fueron los túneles carreteros, que por aquellos años tampoco eran tantos, pero los había.
En mi haber de hombre de la llanura pampeana, solo había dos experiencias tuneleras; una vista como estudiante durante la construcción del túnel Cristo Redentor que conecta Argentina y Chile bajo los Andes, y anteriormente como mochilero con solo 15 años (y dicen que ahora los padres son más permisivos), visite el túnel subfluvial entre Santa Fe y Paraná, una obra maravillosa bajo el rio Paraná, ambas dos, un orgullo de una argentina que ya no es tal.
Mi primer trabajo en España fue en la Autovía de Leizarán, y ¡oh Dios mío!, había que construir tres túneles!!!!. Aquello me parecía fantástico y lo fue. Costaba trabajo creer que excavando desde dos punta llegaran a encontrarse en el centro con errores despreciables y salvo cuestiones innatas a la obra, aquel macizo se sostenía. Parecía mágico.
Hoy en día ya es muy común que a poco que salgamos de la ciudad nos encontremos con un túnel, un agujero bien hecho en la montaña que no deja ver los entresijos del macizo, los que celosamente seguro guarda en algún otro lugar. Pero hay algo que he descubierto estos días, y ello será porque de camino a la oficina, atravieso varias veces al día los túneles de Escaba, y ahí me he dado cuenta de que en los túneles como la vida, en su camino se siente la extraña sensación que produce el contraste entre la luz y la penumbra. Creo que si pudiera medir mi estado de ánimo, cuando me sumerjo en la boca de entrada mi savia se debilita como la señal de la radio, pero como el túnel es corto y al final se ve la luz, el desanimo no llega a mayores y como la radio pronto revive. Cuando atravieso la boda de salida y la luz luce con todo su esplendor, mi ánimo crece y así una y otra vez como en la vida, los contrastes van haciendo que mí ilusión de vivir bajo el imperio de la luz se tonifique. Las penumbras de la vida, como los túneles, tienen que ser breves, y por ello nunca mejor dicho aquello de “ver la luz al final del túnel”. Así quiero vivir, con la luz como lucero de mi derrotero.

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