Parece ser que al menos una parte importante del arco
político va entendiendo lo imprescindible que resulta restablecer el orden
constitucional. Los tres poderes mantienen lazos impropios que invalidan la vida
Republicana.
Por su parte también parece ser que los responsables de los
tres poderes también están tomando nota que la corrupción es una lacra que mata,
y con sus más y sus menos, se van dando pasos en la dirección correcta.
Ahora bien, existe “otro poder” oscuro, antidemocrático,
totalitario, corrupto y más y más, que lamentablemente está totalmente fuera
del sistema Republicano: los sindicatos.
Si bien existe una normativa abundante que regula el funcionamiento
de los sindicatos, la misma esta vulnerada desde el mismísimo artículo 1 de la Ley de Asociaciones Sindicales. Y para
más inri, la base de sustentación económica proviene de las concesiones que
graciosamente le han otorgados los sucesivos gobiernos, y no de sus bases como
debiera ser. Tal es su poder de destrucción (aun con poca tropa) que lamentablemente
los sindicatos se han constituidos en árbitros de las políticas públicas,
llevando a nuestro país en los 70 años precedente, cada día un poco más atrás, mientras
los Secretarios Gremiales se encuentran económicamente siempre mas arriba.
Ayer, y en la línea de la decadencia en la que se mueven,
los sindicatos con gran parte de la oposición como telonera, han impulsado un
proyecto de ley “anti despidos” que de sancionarse, contribuirá aún más a
debilitar el mercado laboral. Existe sobradísima experiencia pasada y presente
a lo largo y ancho de todo el mundo, que nos indica que las regulaciones
laborales y el encarecimiento de los despidos son la mejor conjunción para que
los empresarios se abstengan de realizar contrataciones.
Por lo tanto, solo dos cosas hay que pensar cuando se
presentan proyecto de esta naturaleza: 1.- Que existe la voluntad demagógica y populista
de congraciarse políticamente con todos aquellos que sufren la lacra del desempleo
pensando en las próximas elecciones, o 2.- Que existe la voluntad política de poner
el palo en la rueda al gobierno, con las consecuentes intenciones desestabilizadoras ya conocidas. No se me ocurre otra consideración y cualesquiera de las dos mencionas
resultan repugnantes.