Hace más de treinta días partía para Azul con tanta ilusión como cada vez que regreso a mis orígenes. Pero esta partida fue especial. Un día antes, mis amigos de la empresa que he dejado, me despidieron con toda la ternura y el cariño que solo los amigos saben dispensar. Cada vez que recuerdo esa cena, más crédito doy a que la expresión del rostro es la imagen del alma.
Mi estancia por Azul fue particular y única; allí pude despedir, en la puerta del camino que recorre la corta distancia entre el sueño y la vida Eterna, a mi padre, y eso en si mismo justifica la alegría de haber estado ahí en aquel momento. Por otra parte y como siempre, mi presencia generó todo tipo de encuentros con los amigos de antaño, que no son otros que los incondicionales de siempre con los que tantas circunstancias me unen.
Y al regreso un nuevo trabajo me espera, y jugándome una carta gorda, diré que creo haber acertado con la dedición tomada.
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