Primer día de la semana litúrgica y séptimo de la laboral; día de la familia, del merecido descanso semanal, de desayuno en la cama, de deportes y vida al aire libre, de liturgia y tradición; día de resaca y fin de fiesta, de asado choripán, pizza, pasta y vino tinto, de cine, silencio y reflexión, de ajustes de tareas pendientes, de noche temprana y lectura tranquila.
Todo lo que podemos decir del domingo no cabe en los demás días, en donde la vorágine lo puede con todo.
La fuerza familiar que tiene el día domingo hace que éste no sea el domingo soñado cuando se está solo; y no necesariamente se está solo cuando se está solo, también en ocasiones estamos solos aunque a nuestro lado sintamos la respiración de quien comparte el momento. La soledad espiritual está reñida con el domingo, se llevan mal, son de diferente naturaleza. Así como a la soledad la ocultamos con el trajín de la semana, el domingo se venga de nosotros y nos muestra su peor rostro.
Si hay algo que le pido siempre a mi Dios, es que me ayude a no pasar más domingos solo.
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