LA HUMILDAD

No me voy a referir a la humildad como antónimo de la soberbia, o lo que es lo mismo, no voy considerar la falta de humildad como un acto de soberbia. Creo que es importante matizar este aspecto, ya que coloquialmente pueden emplearse estos términos con diferentes connotaciones. Tampoco me referiré a los aspectos morales de la humildad.
Apoyarse en la definición del RAE, suele ser un muy buen punto de partida para el análisis: “Humildad: Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Perfecto, nada que objetar a tal definición. Pero (y empleo el “pero” consiente de que en cierta medida su uso anula lo que antecede), ¿Qué ocurre cuando una persona tiene su autoestima muy alta y se ve a sí misma como autosuficiente, con escasas limitaciones o simplemente desconoce sus debilidades?.
Ahí quiero llegar, a diferenciar aquellos que se manifiesta vehementemente, con contundencia y seguridad, porque así se sienten, aun a riesgo de que el resto de las personas los vean como prepotentes o faltos de humildad, de aquellos que realmente los son, porque emplean la prepotencia para tapar sus debilidades.
En el primer caso, aquellos que así actúan, son presa de un Yo interior fuerte que les dicta como proceder en la vida, y dentro de la coherencia con la que actúan, también así se manifiestan. Contrariamente, el pusilánime que va con prepotencia es posible que tenga poco dentro y quiera relucir por fuera, y para ello se coloca una gran mascara con la que pretende ir de duro por la vida.
Solo el ARTE DE COMUNICAR puede hacer que los que son ganadores natos en la dura pelea con la vida, sin renunciar a ser sensibles ante el prójimo, puedan manifestar expresivamente sus sentimientos altruistas y el corazón generoso que atesoran. Un pequeño esfuerzo en la comunicación verbal y no verbal lo soluciona.
El pusilánime lo tiene infinitamente más complicado, ya que debe comenzar por cambiar internamente.