El cacerolazo de diciembre de 2001 fue una expresión espontanea,
una revolución espontanea que se cerró en falso. Los reclamos de aquellos días
hasta hoy no se han cumplido. Quizás la marcha del silencio, marcha épica por
el contenido y el contexto, constituya el cierre de una etapa políticamente imperfecta.
Dos manifestaciones muy diferentes de la que se esperan resultados diferentes.
Desde el reemplazo legalmente opinable del renunciante
presidente De la Rua por Duhalde (derrotado en la elección presidencial), pasando
por la forma en que se designó el candidato peronista Néstor Kichner, hasta la
sucesión nepótica y de espíritu totalitario indefinido dentro de una casta
familiar, todo resulto políticamente incorrecto en la última década.
Si bien
fueron democráticos los actos electorales que eligieron a Néstor y Cristina, no
lo fue el espíritu del proyecto peronista-kirchnerista bajo el cual se imaginó la
continuidad indefinida en el poder y sostenida a cualquier precio, que en rigor de verdad esquiva atrevidamente la letra, pero burla descaradamente el espíritu constitucional. En especial el último mandato de
Cristina, que si bien es legítimo de origen, no en sus comportamientos constitucionales.
Si bien hoy no podemos echar las campanas al vuelo, se vislumbra
la conformación de partidos políticos, pilares de la democracia, que con el
correr del tiempo y siempre y cuando no se nos esté engañando, permitirán el
recambio de hombres y proyectos de forma racional.
Los dichos y hechos de los políticos de hoy en día, parecen
indicar que éstos han tomado nota de lo que la ciudadanía requiere: paz y libertad, y si a partir del
reemplazo de gobierno, quien ostente el poder Ejecutivo conjuntamente con los parlamentarios se abocan a recuperar la República, podemos inferir que en pocos años nuestro país
puede ser quizás, la promesa que nunca se concretó. Que así sea.
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