POR UNA NUEVA REPÚBLICA

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jueves, 6 de noviembre de 2014

ARGENTINA Y EL ESTADO DE DERECHO


Generalmente la naciones tal como las conocemos hoy, son un reflejo de cómo lo han sido en sus orígenes. En nuestro mapa genético está presente el autoritarismo despótico de los gobiernos coloniales, y las características extractivas de la economía atlántica.
Los gobiernos que surgieron después de 1826 y hasta la promulgación de la constitución de 1853/60 cambiaron el origen, pero no las formas de gobernar, las que se debatían entre el autoritarismo y la anarquía. A partir de la Constitución del 1860 surgen tres presidentes, Mitre, Sarmiento y Avellaneda, que dan lugar al llamadas “presidencias históricas” que sin lugar a dudas se apoyan en el espíritu y letra de la constitución del 60. Estas tres presidencias son las que dieron prestigio a la nación en todo el universo.
A partir de 1880, el Partido Autonomista Nacional apoyado por la élite económicamente poderosa que se cimentaba en la ganadería, (Argentina no participo de la Revolución Industrial) gobierna la nación con mayores éxitos que fracasos, pero alejadas de cualquier forma de pluralismo político, ya que una amplia franja de la población era ajena al ejercicio del poder. Durante este periodo, el poder se lo reparten casi como si de un juego se tratara, entre amigos, socios y parientes pertinentes al PAN, mientras los disidentes se abstienen en los procesos electorales viciados en sus formas. Debemos destacar que esta forma de concebir la democracia, dio origen a diversas batallas cívico militares, las que forzaron a la promulgación de la Ley del voto secreto y obligatorio, concebida por Roque Sean Peña y promulgada durante su presidencia. Esta ley abre el camino al pluralismo político, permitiendo la llegada al poder a gobiernos de raigambre popular.
A partir del golpe militar de 1930, impulsado por militares que veían con agrado el fascismo, instalan en Argentina una forma de gobernar que aún perdura: EL DESPRECIO POR EL ESTADO DE DERECHO. Los militares no estaban solos, las viejas guardias anti yrigoyenistas y la élite económicamente fuerte vinculada a la única industria que tenía el país, la ganadería y sus derivados, apoyaron con mayor o menor empeño la aventura militar, considerando que era la forma de preservar sus negocios y estilo de vida. Este proceso desembocará en la dictadura democrática del general Perón (golpista en la revolución de 1943) apoyada por una inmensa base popular, la que azuzada por su líder, desata una aberrante división en la sociedad que aún perdura.
La Constitución progresista de 1860 consagró entre otras disposiciones que tendían a preservar el Estado de Derecho, la figura de la Corte Suprema de Justicia, a la cual le otorga entre sus atribuciones, determinar la constitucionalidad de las leyes. Evidentemente este organismo independiente, era y sigue siendo un obstáculo para cualquier gobierno a la hora de sancionar leyes que, por ejemplo, tienen como destino imponer el autoritarismo, mandatos ilimitados, manipular la economía, los medios y un largo etc.

Desde Peron hasta la fecha, todos los presidentes constitucionales y de facto modificaron la configuración de la Corte para que esta le fuera adicta; Peron en sus dos versiones, los militares cuando gobernaron, Alfonsín, Menem, y la actual administración K, todos han forzado y manoseado a la Corte con el objeto de debilitar el Estado de Derecho, al tiempo que consagran el autoritarismo. Si bien no lo han conseguido en todos los casos –hay que destacar a magistrados como el Dr. Fayt que no se dejaron sobornar- cada día están un poco más cerca.
No obstante ello, el solo hecho de estar gobernados por personas que persiguen como fin último su permanencia en el poder es destructivo para la ciudadanía, dado que el autoritarismo va unido a restricciones económicas, a la anulación de libertades y a una forma extractiva de recursos vía impuestos y otros gravámenes que empobrecen a la nación, mientras la élite gobernante se enriquece.
En este momento nos encontramos atrapados en este círculo vicioso del que por el momento no está claro que se vaya a salir. Es por ello y con el objeto de comprometer públicamente a todos los candidatos a la presidencia, he propuesto la firma del ACUERDO POR LA REPÚBLICA. Esto conlleva el doble propósito del compromiso para quienes lo suscriban y la necesidad de explicar a la ciudadanía aquellos qué no aceptan un Acuerdo de carácter institucional, el porqué de su negativa.

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