Soñar, soñar, ¿a quien no le gusta soñar?. Durante una gran depresión que padecí, hoy ya superada pero jamás olvidada, recuerdo que después no se cuantos años, la medicación me devolvió el gozo de soñar, o mejor dicho, de recordar los sueños, ya que soñar clínicamente hablando, soñamos todas las noches. ¡Que recuerdo mágico tengo de aquel momento en el que redescubrí los sueños!
El problema de los sueños radica cuando “soñamos despiertos”, que es lo mismo que pretender dormir conduciendo, una locura que no termina bien. Pero sea como fuere, todos soñamos despiertos y ¡yo el primero!; si algo he sido en la vida, es ser un Gran Soñador. Pero los sueños son impropios de la vida real y si los perseguimos o nos aferramos a ellos, el porrazo seguramente llegará y será duro.
Por eso, antes o después, como los sueños no forman parte de la vida terrenal (¿cuando dormimos nuestra mente está en la tierra?), los sueños mueren indefectiblemente en nuestro interior. El problema reside en que los soñadores empedernidos acumulamos muchos sueños muertos, y eso que hipocritamamente consideramos experiencia, no es bueno.
Sueños despiertos, los justos; sueños en sueños, todos y más.
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